Tal vez no los veamos, pero sí sintamos su presencia.
Y sólo el hecho de imaginar que podemos llegar a encontrarnos en nuestra propia casa con una misteriosa aparición, sin saber qué es, qué hace allí o qué es lo que quiere, da miedo.
Y hay quienes han vivido situaciones extrañas como estas, como Ivana Diaz por ejemplo.
Una joven montevideana del barrio Peñarol. Ella jamás se imaginó que compartiría su casa, ni mucho menos su habitación, con alguien tan extraño, cuando ella en realidad creía que estaba sola.
En todos estos años la gente me ha terminado por convencer que hay memorias vivas, que de algún modo que todavía no alcanzamos a comprender, habitan ciertas casas y lugares y hasta en ocasiones parece que hacen esfuerzos para hacerse escuchar.
Eso parece haberle pasado a Ivana, una joven que desde que era niña chiquita vivió en el barrio Peñarol.
En realidad ella dice que no le gustó nada la casa cuando los padres decidieron mudarse al barrio, cerquita de los talleres del ferrocarril.
Es una casa vieja, de paredes descascaradas y de techos castigados por la humedad.
Casi llegó a acostumbrarse a la casa y al barrio de calles amplias y llenas de sol. Pero Ivana no pudo. Por necesidad de los padres, a los ocho años, tuvo que empezar a quedarse sola. Un ratito, no más, cada tarde. Pero viste que a esa edad, el tiempo dura muchísimo más, y los chiquilines tienen también más sensibilidad para ver y escuchar, lo que está más allá de las fronteras de los adultos.
La primera vez que la vio, estaba en realidad mirando televisión, por algún motivo que nunca alcanzó entender, le pareció que había alguien más en el living de la casa, que la miraba, inmóvil, desde muy cerquita. Y cuando Ivana quiso verla mejor, la silueta ya no estaba.
Pero el encuentro más inolvidable fue en el baño. Si a Ivana no le gustaba la casa, el baño menos, trataba de estar allí lo menos posible.
La madre tenía buenos motivos para preocuparse por las alucinaciones de la niña, le hablaba, a veces la dejaba dormir con ellos, casi seguro pensaba que con el tiempo se le iba a pasar, pero en realidad con el tiempo, también a ella le tocó encontrarse con lo que alguna vez creyó que eran alucinaciones.
Los años pasaron pero esos encuentros fugaces no.
Ivana creció y siguió viviendo en esa casa ubicada en el barrio Peñarol. Ella se asustó mucho con lo que había vivido cuando tenía a penas ocho años de edad, pero aquello sería tan solo el comienzo.
No hace mucho, apenas algunas semanas, Ivana decidió llamar a su amiga, pero el celular queu ella estaba segura de haber dejado sobre la mesa del escritorio no estaba ahi. Revisó bien, salió de la habitación, lo buscó por todas partes y por un buen rato, y al final, resignada, volvió al escritorio. Ahí estaba el celular, esperándola sobre la mesa.
Yo creo que después de tantos años, Ivana empezó a comprender. No fue la última vez que vio aquella silueta que la mira incansablemente. Ella tiene la certeza de que cada tanto la cortina se corre para que alguien la pueda observar.
A lo mejor es por eso que la sombra, o lo que sea, está cada vez más presente. Hace a penas un mes, la volvió a ver.
Lo cierto es que la casa de Ivana, con sus ruidos y sus sombras que caminan y observan, están lejos de ser un hecho aislado en la zona del barrio Peñarol. Nadie parece dudar que en el Teatro del Centro Artesano, hay una espectadora que nadie invitó pero que se entretiene mirando los ensayos.
Yo no se si alguna vez eso fue zona de cementerio. Pero lo cierto es que Peñarol es un barrio repleto de historias. Y que su gente afirma una y otra vez que alli suceden cosas que son incluso hasta dificiles de contar.
Muchas personas le preguntan a Ivana por qué no se va, por qué no abandona su casa. Ella dice que si bien sintió mucho miedo cuando era pequeña, luego comprendió que esa misteriosa aparición que habita en su casa esta alli por algo. Tal vez ese fue su lugar, y luego de su muerte ahí decidió quedarse. O posiblemente, como piensa su madre, esta llevando una vida paralela a la suya y en algún punto esos universos se tocan y es ahi cuando se ven.
Lo cierto es que Ivana no se mudó y tampoco piensa hacerlo. Ella siente un gran aprecio por su casa y por su barrio, y respeta mas que nadie el lugar que se han ganado en su vida las Voces Anonimas.